Es el verano que acaba. Gotas de lluvia fresca sobre la
tierra seca, han hecho crecer flores a los lados del camino.
Es el otoño benévolo. Hojas caídas, arrastradas por el
viento, decorando de rojo, marrón y naranja suelos y cielos.
Es el invierno tranquilo. Cielos blancos de algodón y el
tiempo congelado en un suspiro.
Es la primavera renaciente. Animales saliendo de sus madrigueras, bostezando ante las primeras luces del alba.
Es la primavera renaciente. Animales saliendo de sus madrigueras, bostezando ante las primeras luces del alba.
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Dime, amor, ¿por qué me tiendes la mano, por qué deseas
tanto? ¿Es que no ves que soy flor sin aroma, estrellas sin cielo? ¿No ves que
no soy nada? Y mientras, tú eres tanto. Abre los ojos y comprende que aún no
has visto nada. Abre los ojos y dime que quieres saberlo todo.
Acarician tus dedos mis pétalos sin arrancarme del suelo,
traes la lluvia fresca sin llevarte el Sol, eres Luna llena que ilumina en la
noche mis pasos. Y te lo agradezco y me dices que soy yo quien te ayuda y me
pierdo entre ensoñaciones de ti.
Solo pido que podamos ser, construir y conocer.
Desvestirnos de armaduras que aprisionan almas puras y nos impiden abrir las
alas. Alzar el vuelo dará menos miedo contigo a mi vera, sonriente, valiente,
amada.
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Loba
hambrienta, sedienta de besos y caricias, te daré calma, un refugio entre mis
brazos, entre mis senos. Muerde y lame hasta que te sacies, reposa tu cabeza
sobre mis piernas y descansa. Llena de furia y amor, jamás podrás ser
domesticada y por eso te pido: corre libre, vuela y vive. Y lucha. Lucha porque
no nos queda otra, porque cada paso que damos es una revolución en la que el
miedo nos acompaña, pero no nos para.
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Si te
mueve la furia, que la furia no muera
y si te mueve el amor, quédate a mi vera.Yo, que no sé si es la razón o el corazón quien me empuja,
te espero allí donde el atardecer al cielo desdibuja.
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Los lugares
recónditos de mi interior se engalanan a la espera de tus ojos curiosos.
Ya puedo escuchar tiernas ramas crecer de los troncos muertos y hasta los arroyos
nos regalan sus risas pues dicen que celebran que por fin acabó la sequía tras un tiempo aciago.
En este jardín sin flores son tus besos los que alimentan a las mariposas de mi estómago.
Ya puedo escuchar tiernas ramas crecer de los troncos muertos y hasta los arroyos
nos regalan sus risas pues dicen que celebran que por fin acabó la sequía tras un tiempo aciago.
En este jardín sin flores son tus besos los que alimentan a las mariposas de mi estómago.
Cayó sobre Eco la furia de la
reina de los dioses. Hera a la ninfa su voz robó, aquella con la que la
distraía, aquella con la que los engaños de Zeus encubría, y la condenó a
repetir las últimas palabras de todo aquel que la hablara.
Eco al bosque regresó y entre los
arboles al más bello muchacho encontró. Narciso su nombre era e inalcanzable,
su corazón. En su nacimiento, predicho había sido que viviría largo y bien
mientras a sí mismo no se llegara a conocer. Para protegerle, su madre, la
ninfa Liríope, de su hogar todos los espejos desterró y así Narciso creció sin
su propio rostro ver jamás.
Tímida, Eco escondida día tras
día a Narciso observaba y de su hermoso rostro se enamoró. Pobre de ella que a
acercarse un día se atrevió. El joven pastor del camino se había separado y
entre las ramas los movimientos de Eco al fin escuchó.
– ¿Hay alguien aquí? –preguntó
Narciso.
–Aquí, aquí –Eco respondió.
–¿Quién sois? Dejaos ver.
La ninfa de valor se armó y de su
escondite salió. La joven su amor declarar quiso y a los animales ayuda rogó,
pero Narciso a todo amante desdeñaba. Eco no fue la excepción.
Corrió, humillada y descorazonada,
hasta su cueva, donde lloró y lloró hasta que de ella solo la voz quedó. Pero
por su pérdida otros también lloraban. Un joven que por ella suspiraba en
busca de venganza oró y oró hasta que sus plegarias Némesis escuchó.
La diosa Némesis la soberbia de
Narciso castigó: sediento a un estanque se acercó y en las aguas su reflejo por
primera vez vio, de su propio rostro la diosa le hizo enamorarse. Dicen que se
ahogó al intentar besarse, cuentan que mirando la imagen tan absorto se quedó
que hasta de comer se olvidó. Flores crecieron de los restos del necio Narciso,
mas su alma aún observa su reflejo en las aguas del Estigio.
Écho et Narcisse por Nicolas Poussin (1627-1628), Museo del Louvre |